Aquaman es la prueba final (después de Wonder Woman) del mal camino que tomó Warner al principio con las propiedades intelectuales de DC al querer competir contra las producciones de Marvel Studios. Esta es una película entretenida, vistosa, y que presenta al superhéroe de una forma en la que resultará mucho más cómodo y fácil seguirlo después, cuando tenga tiempo compartido con otros personajes de la factoría Justice League. La película también ofrece el argumento definitivo de que Zack Snyder, que es innegablemente un realizador visionario, no fue jamás la decisión correcta a la hora de dar vida a estos mundos. James Wan, que se dio a conocer como el nuevo padrino del cine de terror contemporáneo, encabeza esta atlántica producción que desafía los límites de los efectos especiales como muy pocas veces se vio en el cine comercial, y no hay forma de hablar por completo de la película sin entrar en detalles acerca del masivo logro que supone en ese departamento.

Por su parte, Jason Momoa finalmente tiene tiempo para lucirse, habiendo interpretado al personaje en otras dos ocasiones, pero apenas demostrando lo que tenía para el mismo. Esta vez lo imbuye con su carisma y aprovecha al máximo el aura de sensualidad salvaje que posee, dándole a Arthur Curry su merecido lugar en el cine de superhéroes actual, después de décadas de constantes burlas y ninguneo por parte del imaginario colectivo, debido a la naturaleza cursi del personaje y las imágenes del mismo paseando con delfines y caballos de mar mitológicos. Entre Wan, Momoa, y todo el departamento de efectos especiales, hicieron de Aquaman un superhéroe genial impermeable al desprecio snobista. La conjunción de talentos también funciona para que uno no le preste demasiada atención al guion, que es un refrito de fórmula que apenas innova en estructura y no ofrece nada nuevo en contenido. La historia es el mismo viaje del héroe de siempre con aderezos suficientes para cumplir su cometido.

La dinámica entre el director y sus actores es donde yace el plus de la película, que cuenta con un elenco genial bien aprovechado. Patrick Wilson interpreta a Orm, hermano menor de Arthur y gobernante regente de la Atlántida, que ostenta sus armaduras con orgullo. Amber Heard hace su mejor mezcla de Scarlett Witch con La Sirenita y, gracias a los colores fuertes y vivos de la fotografía, su mera presencia distrae del hecho de que tiene cero desarrollo sustancial. Willem Dafoe interpreta a Vulko, mano derecha del Rey Orm aunque leal a Aquaman desde su infancia, habiéndole enseñado todo lo que sabe acerca de sus habilidades. Dafoe es rejuvenecido de forma impresionante y parece que está pasándola bien con lo poco que tiene para hacer, mientras que Dolph Lundgren encaja perfectamente con los efectos visuales que disfrazan un poco lo terrible actor que es. Nicole Kidman y Temuera Morrison hacen la pareja más extraña del año, aunque el peculiar par resulta entrañable, tal vez por lo inusual.

La visión de Wan realza lo cursi del material original pero lo hace con estilo y una mezcla entre respeto y compresión de que, bajo ninguna circunstancia, podría el personaje y todo su mundo recibir una adaptación seria que ignore su singularidad. Así es como, cada punto de giro o momento importante de la trama está puntuado con una secuencia de acción, un flashback, o un zoom dramático que enfatiza al mismo tiempo que estamos viendo algo que no debe ser tomado en serio. Al menos no tanto, ya que hay indicios de un mensaje medioambiental que no está nada desarrollado, y que podría haber realzado la película a algo más que simple entretenimiento pochoclero. Sin embargo, como entretenimiento pochoclero consigue exactamente lo que se propone y lo hace enteramente a través de lo visual. El director sabe lo que tiene entre manos y lo aprovecha al máximo. Momoa tiene al menos diez planos donde gira el rostro y mira fijamente hacia la cámara con determinación mientras la banda sonora genérica destaca su mirada. Heard tiene varios similares, y siempre hay una brisa que hace ondear su larga cabellera roja.

Las secuencias de acción son numerosas y artificiales, aunque muy entretenidas. Durante gran parte de las peleas entre dos o más personajes, hay un uso extensivo de efectos especiales hasta en los movimientos de los mismos personajes, algo que ya es común en obras de esta clase. Sin embargo, creo que el trabajo en esta ocasión es mucho mayor a muchos títulos similares, debido a la naturaleza de los escenarios subacuáticos. Casi en ningún momento de la historia hay dos peleas o persecuciones iguales, ya sea porque los contrincantes tienen un diseño diferente o porque hay elementos ingeniosos agregados. Además, Wan construye un festín de referencias y un cinéfilo despierto verá JawsTron, The Fifth Element, y hasta Game of Thrones en detalles de varios tamaños. Finalmente -y algo que realza la cursilería de la película a la enésima potencia-, al director le encanta terminar sus escenas de acción con un double-tap.

Con una duración de poco más de dos horas, Aquaman se resiente en el montaje. Hay escenas innecesarias que no aportan nada a la trama, como un intento por mostrar más del villano secundario, Black Manta, que no ofrece ningún argumento sobre por qué debería ser interesante conocerlo más. Así también, hay chistes básicos que no hacen falta cuando la propia actitud de los personajes agrega la dosis de humor inevitable. Con eso a cuestas, igualmente es un espectáculo divertido que triunfa gracias a un actor con un porte muy particular que finalmente tiene riendas sueltas para justificarse y una aventura extravagante y colorida que engatusa con una fórmula muy bien ejecutada.

FUENTE DE NOTICIAS: CINEFILOZ

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