‘Jurassic World: El Reino Caído’, la saga que ya debería estar extinta
Cuando Steven Spielberg estrenó Jurassic Park en 1993, el mundo quedó fascinado. Por un lado, la tecnología de efectos especiales no había conseguido algo tan realista hasta entonces, y aunque al cine ya revivió a los dinosaurios en muchas ocasiones anteriormente, la mezcla del CGI con el espectáculo y la aventura de la película resultó en una de las mejores obras de los noventa. Por otro lado, podría escribir largo rato acerca de la sensación de asombro en particular, un factor tan ausente en el cine hollywoodense actualmente, o de cómo el toque particular de Spielberg, con sus planos fetiche y la colaboración con John Williams hicieron de aquella película algo verdaderamente grandioso. No podría escribir nada de eso sobre Jurassic World: El Reino Caído, que no ofrece ningún argumento lógico a favor de su propia existencia. Como los mismos dinosaurios, es una saga que debería estar extinta.
De Jurassic World solo retornan los protagonistas centrales, Owen Grady (Chris Pratt), que vive alejado de la ciudad construyendo su cabaña, y Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), que trabaja como activista a favor de preservar la vida de los dinosaurios. El guion de Derek Connolly y Colin Trevorrow juega con meter algo de política y una especie de conversación filosófica acerca de la vida y cómo todo lo malo que está ocurriendo en el planeta se debe a la intervención del hombre, pero su moralina absurda no tiene cabida en una historia repleta de personajes estúpidos que se la pasan tomando decisiones estúpidas que carecen por completo de lógica o coherencia alguna. Ni siquiera J.A. Bayona, cuya fuerza visual es encomiable en trabajos como El Orfanato o A Monster Calls, puede salvar a este despropósito de la total auto-aniquilación, y realmente hay algunos planos maravillosos y portentosos en la película, así que hay que darle crédito por intentarlo.
La trama reúne a Owen y Clarie para acompañar una supuesta misión de rescate en la Isla Nublar, que es en realidad parte del plan de un empresario demente llamado Eli Mills (Rafe Spall) de poner a los dinosaurios rescatados al frente de una subasta especial organizada para los representantes de corporaciones farmacéuticas, pero así también para capos mafiosos y otras personalidades nefastas. Los dinosaurios son puestos en jaulas que están junto a un laboratorio secreto construido debajo de la mansión donde vive Mills, y donde estuvieron jugando con la genética para la elaboración de una nueva especie de dinosaurio especialmente diseñado para propósitos miliares. A esta altura es evidente que la única línea de pensamiento en estas películas es la presentación de un nuevo dinosaurio y qué clase de caos puede armar. Al nuevo prototipo lo denominan Indoraptor, y para el nombre del próximo dinosaurio planeo empezar un concurso.
Esto me lleva de vuelta a la loca idea de Jurassic Park 4 que Universal Pictures rechazó hace muchos años, en el que los dinosaurios iban a existir como híbridos mutantes mezclados con ADN humano y se iba a enfocar en una especie de guerra por el futuro de la humanidad, algo al estilo de El Planeta de los Simios. Para ser justos, esa idea me parece fascinante, pero como película B que se arriesgue por completo y que disfrute de su propio ridículo (algo así como la reciente Rampage, que resultó ser una genial película de monstruos), pero la trama de Jurassic World: El Reino Caído se toma en serio y cae ante su sobrecarga de estupideces. Para intentar reforzar su discurso ético hay toda una introducción y epílogo con Ian Malcolm ante el Congreso, donde entrega un monólogo sobre el destino fatal del ser humano a causa del renacimiento de los dinosaurios, y simplemente me hizo sentir mal por Jeff Goldblum que probablemente ni sabía que el resto de la película iba a ser tan soporífera e involuntariamente cómica. El problema es justamente ese intento de discurso que está tan presente y que se siente forzado y absurdo.
Ni siquiera los propios dinosaurios resaltan en esta ocasión. En Jurassic World fueron los que hicieron de la película un lindo espectáculo, pero acá no hay nada como Chris Pratt en una motocicleta junto a velociraptores, que es una idea visual genial por donde se la mire. Aunque Bayona entrega algunas escenas emocionantes, estas se ven arruinadas rápidamente por personajes que casi parecen pelear por tomar la decisión más tonta de la historia y los dinosaurios están apretujados y desaprovechados al máximo, con alguno que otro enfrentamiento interesante entre el nuevo Indoraptor y el raptor llamado Blue que fue criado por Owen. Sin embargo, son otra vez interrumpidos por más personajes reaccionando de maneras incoherentes solamente para que la trama vaya de un punto a otro, sin ninguna especie de análisis que valga la pena. Y ni hablar del factor asombro o algo similar porque los dinosaurios nunca fueron tan aburridos en una producción a gran escala.
Por si no fuera poco el sinsentido, hay una subtrama que tiene que ver con una niña llamada Maisie Lockwood (Isabella Sermon), que es la nieta de un millonario llamado Benjamin Lockwood (James Cromwell), y que supuestamente fue amigo cercano y principal colaborador de John Hammond. Su existencia responde a la necesidad de un personaje infantil para un público infantil y la continuidad del discurso ético que la película gasta hasta el cansancio. La seguidilla de personajes prescindibles se redondea con Geraldine Chaplin que hace de la ama de casa de la mansión, así como Justice Smithy Daniella Pineda como los típicos ayudantes estereotipados que se la pasan haciendo chistes entre escenas, aunque más lástima me dio Toby Jones, a quien le pusieron una peluca demasiado similar al cabello de Donald Trump solo para satisfacer a los que sueñan con ver a Trump siendo devorado por un dinosaurio.
Así como podría escribir largo rato sobre el asombro de Jurassic Park, podría seguir escribiendo sobre este disparate que es Jurassic World: El Reino Caído. Entre tantas cosas irrisorias hasta sale perdiendo Michael Giacchino, de quien pensaba que no podía componer una mala banda sonora o que sus trabajos están generalmente asociados a películas memorables, como mínimo, pero acá hace ruido por todos lados, aunque es probable que sea el efecto contaminante de un guion que hace aguas por todos lados y una película mayormente simplona que se une a la lista de producciones colosales que confunden exceso y alboroto por estilo y sustancia.
Fuente: cinefiloz.com